Las fiestas de diciembre en San José, Costa Rica empiezan el 24, y en todos los sectores de la ciudad reina la alegr’a. En este d’a se abren los “chinamos” puestos de antojitos, con sus famosos “gallos” (alimento parecido a los tacos mexicanos). Muy cerca se encuentran las diversiones para ni–os: el carrusel, el tobogán, la rueda de la fortuna, los trenecitos. Y para los adultos la ruleta, el tiro al blanco y toda clase de juegos de suerte.
Otras comitas: Tamales, empanadas, tortillas, jamonadas, pavo, arros, palmito drink: guaro, hecho de ca–a de azucar
Las corridas no faltan; toreros aficionados que, valientes, se lanzan al ruedo a probar su suerte frente a un toro manso divierten al público por horas.
Para los amantes al deporte, los partidos de futbol internacional y las carreras ciclistas resultan emocionantes y muy concurridas.
En la Plaza González V’quez se organizan bailes populares, lo mismo que en otros distritos adyacentes; y los bailecitos familiares no faltan después de la tradicional cena.
Los ni–os también tienen sus fiestas muy especiales: los recreos, donde se divierten en el parque gozando de la lluvia de confetti.
Los fuegos artificiales, los cohetes, las luces de vengala y la ciudad profusamente iluminada le dan un ambiente de feria en donde los ciudadanos pasan horas muy agradables.
Christmas In Puerto, Rico
Puerto Rico is a rich country in traditions. The Puerto Ricans are happy by nature and love parties, especially those including music in their celebration. The best time to savor Puerto Rico’s traditional culture is during the Christmas season (Las Navidades). After the Thanksgiving holiday, people begin the celebration of “Las Navidades” in Puerto Rico. Merchants import shiploads of Christmas trees which are purchased and brought into many homes awaiting the arrival of Santa Claus. Besides the imported tree, the Puerto Ricans decorate typical native trees or small bushes planted in the yard.
Decorations are all around in the house, on buildings, in the streets creating a festive atmosphere. Among these decorations are the poinsettia flower, the lights and commercial adornments, but the Nativity stands out as a special symbol in the Christmas decorations in the homes of religious families.
Christmas time is a time for visiting friends and family. Friends organize “parrandas” (groups of roving merrymakers) that go from house to house with “asaltos” (surprising visits) until early morning. This group is also known as “trullas navide–as”. Other organized groups go into the big cities with guitars, “cuatros” and maracas, strolling through shops and restaurants singing Christmas songs, “aguinaldos”, evoking nostalgia for the rural-traditional Christmas music.
December 24, at noon, is the official beginning of Christmas. The midnight mass in the Catholic Church is followed by a late night supper. The Christmas Eve supper consists of roast pig, rice with pigeon peas, and “pasteles”. The “coquito” is a native drink very similar to the eggnog, but it is prepared with rum and coconut milk. Other homemade beverages such as “ponches” made with combinations of fruits and liquor are also served. Common desserts are a variety of nuts, rice pudding and “turrón.”
Santa Claus brings gifts to the Puerto Rican children, especially urban families or those families tbat have lived in the United States.
On December 31
st
, Puerto Ricans celebrate New Year’s Eve (Despedid de Ao). In an atmosphere of joy and partying, the family reunites to pass the last hours of the year in growing anticipation of the final moments.
The last half-hour is one of great solemnity and ritual. Everybody is waiting for the New Year. According to individual beiiefs intrinsic preparationa are made with intense anticipation for the striking of midnight. Some eat twelve grapes while making twelve resolutions for the New Year. Others have a toast while listening to the radio to a traditional deeply significant poem, (
El brindis del bohemio
), reflective of cultural values, toasting the sacredness of mothers. It is a mixture of tears and happiness. Others practice superstitions, such as washing the floor to eliminate all evil spirits or throwing water over their shoulders and into the street as if to cleanse themselves of the past year problems. Some religious groups celebrate the New Year’s Eve with a membership reunion with a dinner and followed by a religious service.
Una carta a Dios
La casa —única en todo el valle—estaba subida
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en uno de esos cerros truncados que, a manera de pirámides rudimentarias, dejaron algunas tribus al continuar sus peregrinaciones. . . . Entre las matas
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del ma’z, el frijol con su florecilla morada,
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promesa inequ’voca de una buena cosecha.
Lo único que estaba haciendo falta a
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la tierra era una lluvia, cuando menos un fuerte aguacero,
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de esos que forman charcos
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entre los surcos. Dudar de que llover’a hubiera sido lo mismo que dejar de creer en la experiencia de quienes,
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por tradición, ense–aron a sembrar
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en determinado d’a del a–o.
Durante la ma–ana, Lencho—conocedor del campo, apegado a
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las viejas costumbres y creyente a pu–o cerrado
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—no hab’a hecho más que examinar el cielo por el rumbo
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del noreste.
—Ahora s’ que se viene el agua,
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vieja.
Y la vieja, que preparaba la comida, le respondió:
—Dios lo quiera.
Los muchachos más grandes limpiabani
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de hierba la siembra, mientras que los más peque–os correteaban cerca de la casa, hasta que la mujer les gritó a todos:
—Vengan que les voy a dar en la boca...
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Fue en el curso de la comida cuando, como lo hab’a asegurado Lencho, comenzaron a caer gruesas gotas de lluvia. Por el noreste se ve’an avanzar grandes monta–as de nubes. El aire ol’a a jarro nuevo.
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—Hagan de cuenta,
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muchachos—exclamaba el hombre mientras sent’a la fruición
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de mojarse con el pretexto de recoger algunos enseres
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olvidados sobre una cerca
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de piedra—, que no son gotas de agua las que están cayendo: son monedas nuevas: las gotas grandes son de a diez
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y las gotas chicas son de a cinco . . .
Y dejaba pasear sus ojos satisfechos por la milpa
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a punto de jilotear, adornada con las hileras
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frondosas del frijol, y entonces toda ella cubierta por la transparente cortina de la lluvia. Pero, de pronto, comenzó a soplar un fuerte viento y con las gotas de agua comenzaron a caer granizos
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tan grandes como bellotas. Esos s’ que parec’an monedas de plata nueva. Los muchachos, exponiéndose a la lluvia, correteaban y recog’an las perlas heladas de mayor tama–o.
—Esto s’ que está muy mal—exlamaba mortificado el hombre—; ojalá que pase pronto . . .
No pasó pronto. Durante una hora, el granizo apedreó
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la casa, la huerta, el monte, la milpa y todo el valle. El campo estaba tan blanco que parec’a una salina.
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Los árboles, deshojados. El ma’z, hecho pedazos. El frijol, sin una flor. Lencho, con el alma llena de tribulaciones. Pasada la tormenta, en medio de los surcos, dec’a a sus hijos:
—Más hubiera dejado una nube de langosta
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. . . El granizo no ha dejado nada: ni
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una sola mata de ma’z dará una mazorca, ni una mata de frijol dará una vaina . . .
La noche fue de lamentaciones:
—¡Todo nuestro trabajo, perdido!
—¡Y ni a quién acudir!
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—Este a–o pasaremos hambre
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. . .
Pero muy en el fondo
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espiritual de cuantos conviv’an bajo aquella casa solitaria en mitad del valle, hab’a una esperanza: la ayuda de Dios.
—No te mortifiques tanto, aunque el mal es muy grande. ¡Recuerda que nadie se muere de hambre!
—Eso dicen: nadie se muere de hambre . . .
Y mientras llegaba el amanecer, Lencho pensó mucho en lo que hab’a visto en la iglesia del pueblo los domingos: un triángulo y dentro del triángulo un ojo, un ojo que parec’a muy grande, un ojo que, según le hab’an explicado, lo mira todo, hasta lo que está en el fondo de las conciencias.
Lencho era hombre rudo
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y él mismo sol’a decir que el campo embrutece,
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pero no lo era tanto
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que no supiera escribir. Ya con la luz del d’a y aprovechando la circunstancia de que era domingo, después de haberse afirmado en su idea de que s’ hay quien vele
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por todos, se puso a escribir una carta que él mismo llevar’a al pueblo para echarla al correo.
Era nada menos que una carta a Dios.
“Dios—escribió—, si no me ayudas pasaré hambre con todos los mios, durante este a–o: necesito cien pesos para volver a sembrar y vivir mientras viene la otra cosecha, pues el granizo . . .”
Rotuló
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el sobre “A Dios”, metió el pliego
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y, aún preocupado, se dirigió al pueblo. Ya en la oficina de correos, le puso un timbre a la carta y echó ésta en el buzón.
Un empleado, que era cartero y todo en la oficina de correos, llegó riendo con toda la boca
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ante su jefe: le mostraba nada menos que la carta dirigida a Dios: Nunca en su existencia de repartidor
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hab’a conocido ese domicilio. El jefe de la oficina —gordo y bonachón
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—también se puso a re’r, pero bien pronto se le plegó el entrecejo
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y, mientras daba golpecitos en su mesa con la carta, comentaba:
—¡La fe! ¡Quián tuviera
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la fe de quien escribió esta carta! ¡Creer como él cree! ¡Esperar con la confianza con que él sabe esperar! iSostener
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correspondericia con Dios!
Y, para no defaudar aquel tesoro de fe, descubierto a través de una carta que no pod’a ser entregada, el jefe postal concibió una idea: contestar la carta. Pero una vez abierta, se vio que contestar necesitaba algo más que buena voluntad, tinta y papel. No por ello
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se dio por vencido: exigió
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a su empleado una dádiva, él puso parte de su sueldo y a varias personas les pidió su óbolo
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“para una obra piadosa”.
Fue imposible para él reunir los cien pesos solicitados por Lencho, y se conformó
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con enviar al campesino cuando menos lo que hab’a reunido: algo más que la mitad. Puso los billetes en un sobre dirigido a Lencho y con ellos un pliego que no ten’a más que una palabra, a manera de firma: DIOS.
Al siguiente domingo Lencho llegó a preguntar, más temprano que de costumbre, si hab’a alguna carta para él. Fue el mismo repartidor quien le hizo entrega
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de la carta, mientras que el jefe, con la alegr’a de quien ha hecho una buena acción, espiaba a través de un vidrio raspado,
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desde su despacho.
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Lencho no mostró la menor sorpresa al ver los billetes—tanta era su seguridad—, pero hizo un gesto de cólera al contar el dinero... ¡Dios no pod’a haberse equivocado, ni negar lo que se le hab’a pedido!
Inmediatamente, Lencho se acercó a la ventanilla para pedir papel y tinta. En la mesa destinada al público, se puso a escribir, arrugando
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mucho la frente a causa del esfuerzo que hac’a para dar forma legible a sus ideas. Al terminar, fue a pedir un timbre el cual mojó con la lengua y luego aseguró de un pu–etazo.
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En cuanto la carta cayó al buzón, el jefe de correos fue a recogerla. Dec’a:
“Dios: Del dinero que te ped’, sólo llegaron a mis manos sesenta pesos. Mándame el resto, que me hace mucha falta; pero no me lo mandes por conducto
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de la oficina de correos, porque los empleados son muy ladrones.
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Lencho”.